¿Qué mundo heredarán nuestros hijos?
¡Qué bien elegido está el título! Resume perfectamente el contenido y el enfoque del libro. Una afirmación y un interrogante. Primero la descripción de unos síntomas que nos dan un diagnóstico claro: nuestro planeta no anda muy bien de salud. Segundo, ante el diagnóstico, la incertidumbre y la necesidad de dar respuesta y remedio al mal que nos aqueja.
Dos intelectuales, padre e hijo, escritor y científico, novelista y biólogo, cazador y conservacionista, en una conversación acerca de los principales problemas ambientales y humanos que afectan a nuestro planeta. Uno, Miguel Delibes, que se considera así mismo como un «profano preocupado» por el medioambiente, el otro, Miguel Delibes de Castro, científico con una dilatada experiencia en el estudio de los problemas ecológicos.
El libro está escrito como una conversación en torno a una mesa camilla en la que el padre pregunta con inteligencia y naturalidad, queriendo saber las explicaciones científicas que están detrás de fenómenos como el cambio climático, y el hijo responde con claridad al mismo tiempo que con rigor y poniendo multitud de ejemplos. No se queda ningún tema clave en el tintero: el cambio climático, el efecto invernadero, el agujero de ozono, el crecimiento demográfico, la desertificación, la escasez de agua dulce, la contaminación química, la crisis de la biodiversidad y un largo etcétera.
Aquéllos escépticos que se ríen con frecuencia de la defensa que los grupos ecologistas hacen por salvar todo tipo de especies, o el rechazo que muestran a los trasvases, por mencionar sólo dos ejemplos, encontrarán en el libro razones más que fundamentadas de la importancia de cualquier ser vivo en el equilibrio de los ecosistemas y de cómo el agua que llega al mar de los ríos no es ni mucho menos agua que se tira: «Me saca de quicio oír a personas ilustradas lamentarse de que no sé cuántos hectómetros cúbicos de agua se han desperdiciado porque han ido a para al mar. ¡Pero si para eso, entre otras muchas cosas, están los ríos! Gracias a que llevan agua hasta la desembocadura existen las playas y comemos boquerones fritos, por citar dos ejemplos. ¿Sabías que hay una relación directa entre la cantidad de agua que el Ebro y el Ródano vuelcan al mar cada año y el éxito de las pesquerías de la flota de bajura al año siguiente? A más agua, más anchoas y sardinas. Podrá decirse que esa agua hace más falta en otros sitios, eso no lo discuto (aunque habrá que demostrarlo), pero lo que no se puede defender es que por el hecho de ir al mar sea agua perdida» (71-72).
Conforme uno va leyendo sus páginas, una tesis parece perfilarse de fondo: detrás de los cambios bruscos que ha experimentado el clima en los últimos tiempos está la actividad humana y para ser más exactos un modelo de desarrollo basado en la búsqueda del máximo beneficio al menor coste posible, en la explotación ilimitada de los recursos y en el consumismo excesivo de las sociedades industriales. Y ante ello no podemos quedarnos de brazos cruzados, de nada sirven el fatalismo y la inhibición, «como ciudadanos debemos tomar conciencia del problema, mantenernos bien informados y asociarnos para exigir a nuestros gobiernos que favorezcan las medidas que contribuyen a reducir el calentamiento mundial, aunque eso suponga tener que sacrificarnos un poco o pagar algo más. Por ejemplo, hay que apoyar el uso de las energías renovables (eólica, solar, de biomasa, minicentrales hidroeléctricas…), mejorar la eficiencia energética en todos los procesos industriales, favorecer el transporte público en perjuicio del privado, incentivar fiscalmente a quienes disminuyan las emisiones (y, al revés, gravar a quienes las aumenten), etc. Debería resultarnos muy muy caro mantener nuestras casas en invierno a más de 25ºC (cuando a 21ºC y con un jersey se puede estar tan a gusto) y otro tanto enfriarlas demasiado en verano. Pero también tendría que ser obligatorio construir viviendas mejor aisladas, que requieran menos calefacción y menos aire acondicionado, aunque sean más caras, y que estén dotadas de paneles solares para calentar el agua. Y nosotros, las mujeres y los hombres demócratas de a pie, deberíamos escoger a los gobiernos que apoyan estos planteamientos, comprar los productos de las empresas que asumen estas normativas, evitar cualquier gasto superfluo de electricidad, andar más a pie o en bicicleta, usar transportes públicos, separar y reciclar las basuras, unirnos a otros que piensen como nosotros a la hora de reclamar, etc. Por supuesto, también hemos de ser, colectiva e individualmente, más solidarios con los que menos tienen y a los que, sin ellos comerlo ni beberlo, hemos metido en un callejón de difícil salida con nuestro modelo de desarrollo» (111-112). Así responde Miguel Delibes de Castro ante la pregunta de su padre sobre qué podríamos y deberíamos hacer.
Al final del libro hay una imprescindible bibliografía comentada sobre el tema y unas direcciones de Internet para quiénes quieran saber más. La Tierra herida es además un «libro amigo de los bosques», de papel reciclado y obtenido a partir de la madera de bosques sostenibles.
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